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Un día de tren y otros cuentos de César Prieto Álvarez

Un día de tren y otros cuentos de César Prieto Álvarez

Motel Margot Noticia 06 dic 2025 

Octavio Gómez Milián

César Prieto siempre tiene una habitación reservada en Motel Margot. Se acercó una tarde, con sus fotocopias, sus grapas y sus mixtapes caseras y nos habló de Fanzines y papeles subterráneos, editado por Libros Walden en 2021. Después, desde el polo, el ártico, entre Galicia y North Barcelona, recuperó la historia de Family con el magnífico 'Un soplo en el corazón' (EFE EME, 2024). Dos entregas, bellas y nutritivas. Ahora, un millón de reseñas más tarde, Prieto nos presenta su primer libro de relatos, Un día de tren y otros cuentos, editado por Loto Azul. Una colección de cuentos donde, entre la ría y el exilio sentimental, las letras y los acordes, César debuta con este libro notable, de sapiencia y recuerdo, donde su pulsión literaria en sobresaliente, mostrándose cómodo en sus heterogéneas obsesiones: Galicia, el pop, el amor costumbrista, la Barcelona mutante, la distancia… rindiendo cuentas a un panteón sólido, delicado, identificable, donde caben Álvaro Cunqueiro y Los Negativos, Eduardo Mendoza y Cristina Fernández Cubas o Cecilia y Sánchez Ferlosio en un baile eterno más allá de la vida. Porque nombrar la muerte no es elegante. Y si de una cosa va sobrada Prieto es de elegancia.

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Se abre con un cuento jovial, de humor político, donde la realidad entre la alcaldesa bien pensante (siempre a favor de lo bueno) y la realidad es un simple multa. Hemos nombrado a Eduardo Mendoza por aquello del humor, pero también el Luis Goytisolo de Las Afueras: el conurbano de Barcelona, desde Mataró al Bajo Llobregat, con la cabeza en las listas de reproducción que mezclan a Alliz con el Gato Pérez. César Prieto no quiere ser Francisco Casavella ni Raúl Núñez, pero ha estado en las mismas barras que ellos, cuando el Apolo y la Zeleste, pero de eso hablaremos más adelante. Urbanistas benevolentes que diseñan un parque infantil para niños que no existen. B25, líneas de transportes públicos que no existen, como esas películas angustiosas de Chicho Ibáñez Serrador o los relatos sobre pueblos fantasmas de Cliver Barker. Pero con humor. Pero, otro, pero, no se me descuiden, ¿quién vive ahí? Aquí no vale la Visa, es parné, en euros o pesetas, el bistec del snack-bar, recalentado al microondas, un sol y sombra, me hace la factura, la vida se cobra en noventa días.

No es casualidad que este sea el primer cuento ni el que termina el libro nos acongoje. El laberinto postmoderno de occidente. ¿Quiere usted, de verdad, salir de este infierno? Lo que le espera en el centro no es mejor. Me dejó una sonrisa. Ya os diremos dónde nos lleva el tren del final. Con IVA, el CIF del ayuntamiento. No me fío de Badalona (el RAM, el Ron Negrita, el 7up, con Margall, Villacampa y los hermanos Jofresa), como para fiarme de usted: «La alcaldesa, cuando estaban entrando en Barcelona, volvió a pensar en estrategias para seguir ayudando a los desfavorecidos». Eran las seis de la tarde. No había arco iris.

FONDO

Dos cuentos sentimentales: sobre el frío castellano. Ya te hablé de Valladolid. No de los payasos. Conocemos las tardes allí, de pasillos helados, el papel de El Norte de Castilla, las pruebas de imprenta que usaba Miguel Delibes para las cuartillas de sus novelas. Palanquito, Troche y Moche. El día que murió Fofó, cuando se apagó la cámara, los payasos le daban caladas rabiosas al ducados, los niños miraban en silencio. Empezaba sus vacaciones, terminaba el mundo. Cartas para un muerto, de un muerto a otro, de la hija de un muerto al hijo de un muerto. Barcelona-Valladolid, qué te espera en Zamora, frío seco, Castilla. En el VHS marca TDK hay cosas que importan, hay recuerdos atrapados en un campo magnético eterno. No importa el tiempo ni el espacio. El catalán de la hermana de Messi, salir de Castilla y extrañar las galletas y el café. Londres y la facultad de económicas.

¿Qué alimento te devuelve a aquellos días? Servicio militar, gente menuda, chavales, en blanco y negro, sargento, entre el 59 y el 61, más o menos. No habían pasado ni unos meses desde el Acuerdo de Cintra. Pero nadie hablaba de eso, tenías suerte de hacer la mili en la península. Juego de tres: en el blanco y negro de la tele, el gris es color. Los personajes son avatares. Llegar a la Estación del Norte, las estaciones que han perdido su alma con la alta velocidad, como el Portillo de Zaragoza o la tristeza de Chamartín. Cuando lleguemos a Cathy, volveremos a las estaciones de tren. Trenes de tristeza para los inmigrantes intermedios. Baile en el Apolo. Esta noche pincha un extranjero. Como en la canción de los Sencillos. Pasarán mil años y la gente recordará el silencio de Charlie Rivel y las residencias en el Circo Price de Madrid.

Una vez más, una vez más fuimos novios. Aquella canción, «El Bello verano» de Family. Si eres fan de César Prieto ya sabes de qué estamos hablando y si lo eres de Family lo tienes que ser de Prieto. El cuento es un recuerdo. Es la negación del tiempo, es recuperar lo que sigue apareciendo en los sueños, atraparlo y traerlo, de nuevo, hasta aquí, conmigo, con nosotros. Eli y Fran, ¿alguna vez supimos de quién hablaba Javier Aramburu en su canción? Son veinte años, ya casi no hay libros en las grandes superficies. El FNAC es un sueño, otro más, de aquellos tiempos, los últimos de revistas y gente que sabía. Todos se han separado. Son familias de hermanos e hijos, los padres mayores. «Descienden sintiendo el pulso del mar». Fran, con su botella de whisky sacada de un supermercado paki, todos aquellos que hace veinte años no existía. No había supermercados paquistaníes pero sí, otra vez, en la FNAC, con su prensa y su cafetería. ¿Lo acuerdas? Es como el Parque de atracciones de las grandes ciudades. Una manera de resistencia. Una diversión obligada y monótona, nada que ver con los pueblos a los que llega las ferias en sus fiestas. Un parque de atracciones solo puede ser un lugar abandonado o en llamas.

¿Te acuerdas cuando fuimos novios? En aquel verano, el tiempo se detuvo entre el primer y el segundo verso, espérate un momento, abróchate, quiero desnudarte yo. ¿Ha sido un sueño? ¿En qué lugar estamos? Como una canción pop, el cuento de César Prieto te lleva a dudar, ¿qué sucedió en aquel verano? Fue todo un recuerdo, el momento anterior, la vida. ¿Qué lugar es este donde la estadística permite la felicidad veinte años más tarde? Nunca tuvieron intimidad. La madurez devuelve lo que la adolescencia dejó escapar. Es el sueño que se esfuma, el sueño que se construye de nuevo.

Recorte

Dos cuentos de antaño: compro «Los otros feriantes» de Álvaro Cunqueiro después de leer “Un pícaro de nuestro tiempo” sobre Álvaro Cunqueiro, lázaro y camisa azul, un Gran Vázquez con estudios, un tipo que se mueve, trilero entre endecasílabos, anónimo tipógrafo de sus propios éxitos. Entre San Sebastián y Madrid, guerra y posguerra por el medio. César Prieto, uno de los grandes expertos en la obra de Cunqueiro, salta de lo académico a lo humano para llevarnos, con una sonrisa agridulce, al camino rocoso y extremo de un escritor libre en una tierra sin libertad. En el ABC, tras Franco, durante Franco, «Tenía que querer al rey en lugar de al rey». Recuerdas los tiempos de Iznogud el Infame, que quería ser Califa en lugar de Califa. César en vez de César (luego, en el siguiente párrafo, hablaremos del visionario). Estraperlo de papel, un buen papel, que como el pan de la posguerra, era oscuro y amargo, como la achicoria, la malta, el papel blanco, la vida en blanco, de ginebra, leche entera y artículos para Francia (ni textos no folletos). ¿Qué queda de los lugares donde reino, paseo, abrevó y existió Cunqueiro? Salvajes y clásicos, se resistieron, obras clásicas, hasta quedar únicamente retenidos en el ámbar del Club del César Visionario. Una vanguardia de poetas y escritores, de la terceras, cuartas y quintas de la prensa local, con apetito de chocolate con churros, anís, algo de vino del fondo y sardinas de cubo.

Recorte

Quevedo firmando apócrifos, pagarés, a treinta, sesenta días, el amanecer en el tren que aleja al poeta de Madrid. Caudillos y reyes. Cunqueiro, en la búsqueda afanada, de Foxá, Pemán, Panero padre y, también hablaremos un poco de él más tarde, Sánchez Mazas, hombres más de orden que de delirio, con sus cargos, su cultura del régimen (que no cultura de régimen, aunque había gordos y delgados, como en todos los sitios), sillones y secretarias. Hablábamos de tierra sin libertad, pero, al parecer, con un poco de juego con cartas marcadas y agilidad de carterista sentimental, un tipo como Cunqueiro (y acólitos), encuentra su lugar. Mira, que esta noche se nos hará tarde en el Embassy y el Crock, cenamos algo en la tasca y un digestivo. No era falta de juerga, es que había poca para repartir y los pícaros siempre se han llevado la mejor parte. Galicia en tren, Galicia en taxi: «Todo lo que se sueña es verdad», un tocomocho de tinta, unas joyas empeñadas, ya cobrará usted, no se preocupe. Sablazos y adelantos. Una frase, y lo dirá, alguna vez se lo escuché a mi padre: “Paga la falange”. Que pague. Siempre Cunqueiro y siempre Prieto, lúcido y devoto, del averno del tiempo al hoy para los elegidos. Gracias, César.